Una nota de Ricardo Rocha
Detrás de la NoticiaRicardo Rocha 13 de noviembre de 2006
Uno debe andarse con cuidado al ha blar de Vicente Fox. Apenas la semana pasada comentábamos que "peor imposible". Pero resulta que no, que el todavía Presidente parece empeñado en destrozar no sólo los nervios de la nación sino la capacidad de asombro de todos los mexicanos. Es un practicante de lo inédito, un habitual de lo inesperado, un celebrante de la estupefacción.
Bastaron unos cuantos días para que Fox acumulara una serie de nuevos y melodramáticos dislates: primero, el exabrupto arrogante de que "me tocó ganar dos veces: en julio del 2000 y en julio del 2006" es una granada de fragmentación: les da argumentos a quienes están seguros de que hubo una elección ilegal y en el mejor de los casos inequitativa e ilegítima; refuerza también la tesis de que Fox está convencido de haber ganado la elección para Calderón -él, él, él- y que Felipe le debe la Presidencia. En consecuencia, que se merece todo de parte del nuevo gobierno: riqueza, prebendas, privilegios e impunidad.
Apenas un día después hizo el berrinche de su vida porque la oposición en la Cámara de Diputados le prohibió el viaje absurdo a Australia y Vietnam. Fue verdaderamente patético verlo en cadena nacional como un bravucón con la cola entre las patas quejándose, injuriando y acusando sin argumentación alguna a priístas y perredistas de todos los males que aquejan al país y de los cuales él, por cierto, quería alejarse irresponsablemente. Sobre todo el caso Oaxaca, del que Fox se ha negado a ocuparse personalmente pese a su obligación moral de no heredarle un conflicto tan explosivo a su sucesor. Pero no. Una vez más quería imponerse la frivolidad de la pareja presidencial que tan ofensiva ha sido para la inmensa mayoría de los mexicanos: el dispendio gigantesco del avión presidencial en un viaje al otro lado del mundo, repleto de las mejores viandas, los más caros vinos y por supuesto los cuates y toda la parentela para ir a ver a su hijita.
Concedamos pues que lo peor sí es posible. Y para probarlo Fox no necesitó siquiera de otras 24 horas cuando ya estaba soltando aquello de "digo cualquier tontería... total, yo ya me voy". Frases que se esparcieron geométricamente provocando hilaridad, estupor e indignación. La primera corrobora lo que se sospechó desde un principio: Vicente Fox nunca entendió lo que es la Presidencia de la República, así, con mayúsculas. Por el contrario, hizo desde el primer instante una Presidencia de minúsculas cuando al tomar posesión en lugar del "Honorable Congreso de la Unión" lanzó su vergonzante "¡Hola, Ana Cristina!". Luego Fox continuó degradándose con el uso irresponsable del lenguaje, sus reacciones gástricas, y una actitud de indolencia fatua y grosera hacia la cosa pública.
Lo de "total, yo ya me voy" es también la reafirmación de que siempre tuvo prisa. Que quiso regresarse al rancho lo antes posible. Que el enfrentamiento de crisis y la toma de decisiones siempre lo abrumaron o fastidiaron. Que su entendimiento del ejercicio del poder se limitó a las ceremonias protagónicas, las giras a todo trapo -zapatos de charol incluidos- y la realización de grandes negocios para sus familiares y cómplices.
En lo único que Fox se ha superado a sí mismo es en las revelaciones sobre nuevos disparates. Ahora resulta que con esa percepción abusiva del poder, no les pagó ni a los abogados que le salvaron el pellejo en el escándalo de Amigos de Fox. Los mismos que evitaron que se destapara la cloaca de las cuentas que probaban financiamientos ilegales a la campaña mañosa que lo llevó a la Presidencia. Y en este marco de incongruencias todavía se atreve a invitar al antimexicano Gobernator de California, para sabotear y quitarle reflectores al encuentro de Calderón con Bush en Washington.
En pocas palabras, Fox parece empeñado en revivir o reavivar viejos y nuevos escándalos y entregar una Presidencia desprestigiada y devaluada en una herencia nefasta para Felipe Calderón. Peor aún, ahora está furioso y frustrado por la cancelación de la última carcajada de la cumbancha. Aunque con él nunca se sabe. Y es que faltan aún 17 largos días para que la pesadilla termine. Hay quienes cuentan las horas. Yo diría que hay que contar los minutos.
Fuente: El universal
Uno debe andarse con cuidado al ha blar de Vicente Fox. Apenas la semana pasada comentábamos que "peor imposible". Pero resulta que no, que el todavía Presidente parece empeñado en destrozar no sólo los nervios de la nación sino la capacidad de asombro de todos los mexicanos. Es un practicante de lo inédito, un habitual de lo inesperado, un celebrante de la estupefacción.
Bastaron unos cuantos días para que Fox acumulara una serie de nuevos y melodramáticos dislates: primero, el exabrupto arrogante de que "me tocó ganar dos veces: en julio del 2000 y en julio del 2006" es una granada de fragmentación: les da argumentos a quienes están seguros de que hubo una elección ilegal y en el mejor de los casos inequitativa e ilegítima; refuerza también la tesis de que Fox está convencido de haber ganado la elección para Calderón -él, él, él- y que Felipe le debe la Presidencia. En consecuencia, que se merece todo de parte del nuevo gobierno: riqueza, prebendas, privilegios e impunidad.
Apenas un día después hizo el berrinche de su vida porque la oposición en la Cámara de Diputados le prohibió el viaje absurdo a Australia y Vietnam. Fue verdaderamente patético verlo en cadena nacional como un bravucón con la cola entre las patas quejándose, injuriando y acusando sin argumentación alguna a priístas y perredistas de todos los males que aquejan al país y de los cuales él, por cierto, quería alejarse irresponsablemente. Sobre todo el caso Oaxaca, del que Fox se ha negado a ocuparse personalmente pese a su obligación moral de no heredarle un conflicto tan explosivo a su sucesor. Pero no. Una vez más quería imponerse la frivolidad de la pareja presidencial que tan ofensiva ha sido para la inmensa mayoría de los mexicanos: el dispendio gigantesco del avión presidencial en un viaje al otro lado del mundo, repleto de las mejores viandas, los más caros vinos y por supuesto los cuates y toda la parentela para ir a ver a su hijita.
Concedamos pues que lo peor sí es posible. Y para probarlo Fox no necesitó siquiera de otras 24 horas cuando ya estaba soltando aquello de "digo cualquier tontería... total, yo ya me voy". Frases que se esparcieron geométricamente provocando hilaridad, estupor e indignación. La primera corrobora lo que se sospechó desde un principio: Vicente Fox nunca entendió lo que es la Presidencia de la República, así, con mayúsculas. Por el contrario, hizo desde el primer instante una Presidencia de minúsculas cuando al tomar posesión en lugar del "Honorable Congreso de la Unión" lanzó su vergonzante "¡Hola, Ana Cristina!". Luego Fox continuó degradándose con el uso irresponsable del lenguaje, sus reacciones gástricas, y una actitud de indolencia fatua y grosera hacia la cosa pública.
Lo de "total, yo ya me voy" es también la reafirmación de que siempre tuvo prisa. Que quiso regresarse al rancho lo antes posible. Que el enfrentamiento de crisis y la toma de decisiones siempre lo abrumaron o fastidiaron. Que su entendimiento del ejercicio del poder se limitó a las ceremonias protagónicas, las giras a todo trapo -zapatos de charol incluidos- y la realización de grandes negocios para sus familiares y cómplices.
En lo único que Fox se ha superado a sí mismo es en las revelaciones sobre nuevos disparates. Ahora resulta que con esa percepción abusiva del poder, no les pagó ni a los abogados que le salvaron el pellejo en el escándalo de Amigos de Fox. Los mismos que evitaron que se destapara la cloaca de las cuentas que probaban financiamientos ilegales a la campaña mañosa que lo llevó a la Presidencia. Y en este marco de incongruencias todavía se atreve a invitar al antimexicano Gobernator de California, para sabotear y quitarle reflectores al encuentro de Calderón con Bush en Washington.
En pocas palabras, Fox parece empeñado en revivir o reavivar viejos y nuevos escándalos y entregar una Presidencia desprestigiada y devaluada en una herencia nefasta para Felipe Calderón. Peor aún, ahora está furioso y frustrado por la cancelación de la última carcajada de la cumbancha. Aunque con él nunca se sabe. Y es que faltan aún 17 largos días para que la pesadilla termine. Hay quienes cuentan las horas. Yo diría que hay que contar los minutos.
Fuente: El universal
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