viernes, septiembre 01, 2006

Un texto que hoy se discute mucho de Charles S. Peirce (Semiótica)



Un Argumento Olvidado en favor de la Realidad de Dios
Charles S. Peirce (1908)
Traducción: Lía Varela (1981)

Introducción.

"En su primera parte, respetando la "ética de la nomenclatura" del autor, se definen con cuidado palabras que son de uso comun y pasan a tener un significado especial, por lo cual las distingue tipograficamente. Sigue la descripción de los tres Universos peirceanos de la Experiencia, que son la Primeridad, la Secundidad y la Terceridad. El Universo Primero es el de la Posibilidad, el Universo Segundo, el de la Actualidad en bruto, el Universo Tercero, el del Signo o, más exactamente, del «Alma del Signo" "que tiene... el poder de servir de intermediario entre su Objeto y un Espíritu". Termina con una larga descripción de la "Meditación [Musement]", que es esa ocupación del Espíritu que no puede dejar de revelarnos la Realidad (no la Existencia) de Dios.
(LV)


"La palabra "Dios" con mayúscula es el nombre propio por excelencia por el cual se define y designa el Ens necessarium, que yo creo es Realmente el creador de los tres Universos de la Experiencia. Escribiré aquí algunas palabras con mayúscula cuando las utilice, no en su sentido ordinario, sino en un sentido particular.

Así, una "idea" es la sustancia de un pensamiento o imagen única real; pero la "Idea", más próxima a la idea platónica, denota todo aquello en lo cual consiste el Ser en su pura capacidad de ser completamente representado independientemente de la facultad que posea o de la impotencia de representarlo en la que se halle una persona.

"Real" es una palabra inventada en el siglo XIII para significar tener Propiedades, es decir, caracteres suficientes para identificar su sujeto, y poseer estos caracteres, le sean o no atribuidos de una u otra manera por un solo hombre o un grupo de hombres. Así, la sustancia de un sueño no es Real, porque era lo que era por el simple hecho de que alguien lo soñó; pero el hecho del sueño es Real si fue soñado, porque, en ese caso, su fecha y el nombre de quien soñó, etc., forman un conjunto de circunstancias suficiente para distinguirlo de todos los demás acontecimientos; y estas circunstancias le son propias, es decir, serían verdaderas si se las predicara, lo comprueben A, B o C Actualmente o no.

Lo "Actual" es lo que se encuentra en el pasado, el presente o el futuro.

Una "Experiencia" es un efecto consciente producido brutalmente que contribuye a formar un hábito autocontrolado y, sin embargo, tan satisfactorio cuando se piensa en él, que ningún esfuerzo interno puede destruirlo.

Empleo las palabras "hábito autocontrolado" para significar "controlado por el yo del sujeto pensante", y no "hábito incontrolado", sino en su desarrollo autónomo espontáneo, es decir automático (...) Un buen ejemplo es la sensación que siente un niño que se quema el dedo en una llama y que adquiere ipso facto el hábito de proteger todos sus miembros de toda llama.

Es "Bruta" una constricción cuya eficacia inmediata no consiste de ningún modo en su conformidad a la regla o a la razón.


De los tres Universos de la Experiencia que son familiares para todos nosotros, el primero comprende todas las Ideas puras, esas nadas etéreas a las cuales el espíritu del poeta, del matemático o de cualquiera podría dar un lugar y un nombre en esa mente. Su nada etérea misma, el hecho de que su Ser consista en pura capacidad de ser pensadas, no en el hecho de que alguien las piense Actualmente, deja a salvo su Realidad.
El segundo Universo es el de la Actualidad en Bruto de las cosas y de los hechos. Estoy seguro de que su Ser consiste en reacciones contra las fuerzas Brutas, a pesar de objeciones que sólo son temibles en tanto no se las examine cuidadosa y escrupulosamente.

El tercer Universo comprende todo aquello en lo cual consiste el Ser en su poder activo de establecer conexiones entre objetos diferentes y en particular entre objetos que pertenecen a Universos diferentes. Por ejemplo, todo lo que es esencialmente un Signo, no el simple cuerpo del Signo, que no es esencialmente un Signo, sino, por así decirlo, el Alma del Signo, que tiene su Ser en su poder de servir de intermediario entre su Objeto y una Mente. Y también una conciencia viva, y la vida, la capacidad de crecer de una planta. Y también una organización viva: un periódico, una gran fortuna, un "movimiento" social.


Un "Argumento" es todo proceso de pensamiento que tiende razonablemente a producir una creencia definida.

Una "Argumentación" es un Argumento que se desarrolla a partir de premisas formuladas de manera definida.

Si Dios es Realmente y si es benevolente, entonces, habida cuenta de la verdad generalmente aceptada, de que la religión, si sólo estuviera probada, sería un bien superior a cualquier otro, deberíamos contar con que haya algún Argumento en favor de Su Realidad, que sería evidente para todas las mentes, elevadas o concretas, que se esforzaran seriamente en encontrar la vendad relativa a este problema y, además, que el Argumento presente su conclusión, no bajo la forma de una proposición de teología metafísica, sino bajo una forma directamente aplicable a la orientación de la vida y rica en nutrimentos que favorezcan el crecimiento más elevado del hombre. Aquello a lo que remitiré como Argumento Olvidado-Neglected- me parece ser lo que mejor cumple esta condición, y no me sorprendería si la mayor parte de aquellos cuyas propias reflexiones han cosechado la creencia en Dios debieran bendecir la propagación del Argumento Olvidado, por haberles procurado esa riqueza. Su carácter persuasivo no es nada menos que extraordinario, aun cuando no sea desconocido para nadie. Sin embargo, de todos los teólogos (dentro de los reducidos límites de mis lecturas) que, con una constancia loable, reúnen todas las razones válidas que pueden encontrar o elaborar para probar la primera proposición de la teología, pocos son los que mencionan este Argumento, y éstos lo hacen en forma muy breve. Probablemente comparten estas nociones corrientes de lógica que no reconocen otros Argumentos que no sean las Argumentaciones.

Existe cierta ocupación de la mente que, si doy crédito al hecho de que no tiene un nombre particular, no es tan comúnmente practicada como merece serlo, pues practicada con moderación --digamos durante el cinco o seis por ciento de la vida de vigilia, durante un paseo, por ejemplo-, es suficientemente refrescante para compensar con creces el tiempo que se le dedica. Dado que no implica ningún proyecto, salvo el de eliminar todo proyecto serio, alguna vez me sentí inclinado a llamarla ensoñación, no sin reservas; pero para una disposición de la mente en las antípodas del abandono y el sueño, este apelativo sería una distorsión de sentido espantosa.

De hecho, es Puro Juego. Pero el Juego, todos lo sabemos, es el libre ejercicio de nuestras capacidades. El Puro Juego no tiene reglas, más allá de la ley misma de la libertad. Es imprevisible.

No tiene proyecto, más allá de la recreación. La ocupación de la que hablo -una petite bouchée* en los Universos- puede adoptar la forma de la contemplación estética, o bien la de la construcción de castillos lejanos (en España o en nuestra propia formación moral), o la de la consideración de alguna maravilla en uno de los Universos, o de alguna conexión entre dos de los tres Universos, con especulación sobre su causa.

Es este último tipo de ocupación - considerándolo bien, la llamaré "Meditación" - lo que recomiendo muy especialmente, porque con el tiempo alcanzará su plenitud y se convertirá en el Argumento Olvidado. Aquél que quiera a toda costa convencerse de la verdad de la religión es evidente que no busca en la simplicidad científica de su corazón y no puede jamás estar seguro de razonar con imparcialidad. De modo que jamás puede alcanzar la fe total del tipo de la que profesa el físico en la existencia de los electrones, aun cuando este último reconozca su carácter provisional.

Pero si se deja que la meditación religiosa se desarrolle espontáneamente a partir del Puro Juego sin ruptura de continuidad, el Meditador tendrá ese candor perfecto que es propio de la Meditación.


Si una persona decidiera hacer de la Meditación su pasatiempo favorito y me pidiera consejo, yo le respondería lo siguiente: el alba y el crepúsculo nos invitan especialmente a la Meditación; pero no he encontrado período de nychtemeron que no tenga sus propias ventajas para esta ocupación. Comienza con bastante pasividad, abandonándose a la impresión que puede despertar algún rincón de uno de los tres Universos. Pero la impresión se transforma enseguida en observación atenta, la observación en Meditación, la Meditación en el intercambio vivo de la comunión de uno consigo mismo.

Si se deja que las observaciones y las reflexiones se especialicen demasiado, el Juego se convertirá en estudio científico; y este tipo de estudio no puede hacerse media hora de vez en cuando.

Añadiré esto. Siga la única regla del Juego, la ley de libertad. Puedo dar prueba de que, a lo largo del último siglo por lo menos, no han faltado jamás tribus de pontífices para propalar aforismos destinados a cerrar uno u otro de los caminos de la búsqueda; y haría falta un Rabelais para hacer surgir toda la extravagancia que se oculta bajo sus aires de infalibilidad. Auguste Comte, a pesar de haber enunciado al parecer ideas que son sin duda alguna las de un pensador auténtico, fue durante largo tiempo el jefe de una de esas bandas. La vigencia de cada una de sus máximas fue necesariamente breve, pues ¿puede uno distinguirse repitiendo refranes que salen de la boca de todo el mundo? Ninguna moda de antaño parece más grotesca que un penacho de sabiduría caduca. Recuerdo el tiempo en que era de buen tono decir que una ciencia no debe tomar sus métodos de otra; que el geólogo no debe utilizar el microscopio, ni el astrónomo el espectroscopio. La óptica no debe meterse con la electricidad, ni la lógica con el álgebra. Pero veinte años más tarde, si uno aspiraba a pasar por una inteligencia eminente, habría tenido que declarar de mala gana que "no es asunto de la ciencia investigar los orígenes". Esta máxima era una obra maestra, pues ningún alma timorata, por temor de parecer ingenua, hubiera osado preguntarse qué eran los "orígenes", aunque el confesor secreto en el fondo de su corazón lo obligara a la terrible confesión de que no tenía idea de lo que el hombre puede buscar aparte de los "orígenes" de los fenómenos (en un sentido indefinido de esta palabra).

No se puede negar que la razón humana puede comprender ciertas causas, y una vez que uno está obligado a reconocer un elemento dado en la experiencia, es razonable esperar una prueba positiva antes de complicar ese reconocimiento haciendo reservas. Dicho de otro modo, ¿por qué aventurarse más allá de la observación directa?

Los ejemplos de este principio abundan en ciencia fisica. Puesto que es cierto que el hombre es capaz de comprender las leyes y las causas de ciertos fenómenos, es razonable admitir que el hombre lograría resolver cualquier problema dado, si le dedicara suficiente tiempo y atención. Además, estos problemas que, en un primer momento, parecen completamente insolubles, encuentran en sus mismas condiciones, como señalaba Edgard Poe en sus Crímenes de la calle Morgue, las claves que los resuelven con la mayor facilidad. Es por ello que el Juego de la Meditación resulta particularmente conveniente. Cuarenta o cincuenta minutos de pensamiento analítico sin decaer y sin descanso acordados a uno de ellos suelen bastar para extraer su solución general. No hay ningún tipo de argumento que yo quisiera desalentar en la Meditación, y me afligiría que alguien lo limitara a un método tan poco fecundo como el análisis lógico. El Jugador sólo debe tener presente en la mente que las mejores armas del arsenal del pensamiento no son juguetes, sino herramientas filosas. En el simple Juego, sólo pueden ser utilizadas para practicar, en tanto que en la Meditación, puede dársele al análisis lógico su plena eficacia. Por ello, prosiguiendo con los consejos que me han pedido, diría:


"Súbase al velero de la Meditación, navegue por el lago del pensamiento, y deje que el aliento del cielo hinche sus velas. Con los ojos abiertos, esté atento a lo que haya a su alrededor o en usted, y luego inicie la conversación con usted mismo; pues la Meditación no es otra cosa que esto".

Sin embargo, no se trata de una conversación hecha sólo de palabras; como una conferencia, esta conversación está ilustrada con diagramas y experiencias.

Personas diferentes tienen modos tan maravillosamente diferentes de pensar, que esto superaría en mucho mi competencia para decir qué cursos no deberían tomar las Meditaciones; pero un cerebro dotado de un control automático, como lo es indirectamente el del hombre, se interesa tan natural y justamente en sus propias facultades que formularía sin ninguna duda preguntas psicológicas y semipsicológicas como ésta, que pertenece a las segundas: los darwinistas, con un ingenio en verdad sorprendente elaboraron y con una confianza aún más sorprendente aceptaron como probada una explicación para las diversas y delicadas bellezas de las flores, otra para la de las mariposas, etcétera, pero ¿por qué toda la naturaleza -las formas de los árboles, las composiciones de los atardeceres - está llena de bellezas de este tipo, y no sólo la naturaleza, sino también los otros dos Universos?

Entre las preguntas más puramente psicológicas, tal vez llame la atención la naturaleza del placer y del dolor. ¿Son simples cualidades del sentimiento o son más bien instintos motrices que nos empujan hacia ciertos sentimientos y nos hacen huir de otros? ¿El placer y el dolor tienen la misma constitución o se oponen desde este punto de vista, considerando que el placer nace de la formación o del refuerzo de una asociación de semejanza y el dolor del debilitamiento o la ruptura de un hábito o una concepción de este tipo? Las especulaciones psicológicas conducirán naturalmente, a meditar sobre los problemas metafísicos propiamente dichos, buen ejercicio para una mente con inclinación por el pensa. miento exacto. Es allí donde se encuentran estas preguntas que, a primera vista, parecen no ofrecer ningún asidero a la razón, pero que ceden enseguida ante el análisis lógico. Pero se presentarán inevitablemente problemas de metafisica que el análisis lógico solo no bastará para resolver. Algunos de los mejores serán motivados por un deseo de comprender conglomerados universales de fenómenos no formulados, pero parcialmente experimentados. Sugeriré que el Meditador no tiene demasiada prisa en analizarlos, para evitar que un elemento importante se pierda en el curso del análisis; pero que comienza por examinarlos desde todos los puntos de vista hasta que parece leer alguna verdad bajo los fenómenos.

En este punto de la búsqueda, una mente entrenada pedirá que se examine la verdad de la interpretación, y la primera etapa de este examen deberá consistir en un análisis lógico de la teoría. Pero un examen riguroso sería una tarea demasiado seria para esa Meditación de fracciones de hora; y si se posterga, será ampliamente recompensado por las sugerencias mismas que no tiene tiempo de examinar, en particular porque algunas apelarán con certeza a la razón.

Que el Meditador, por ejemplo, después de haber apreciado a lo largo y a lo ancho la indecible diversidad de cada Universo, se vuelva hacia los fenómenos que son las homogeneidades de conexión que se encuentran en cada uno de ellos. íY qué espectáculo no se presentará a su vista! A título de sugerencia, puedo señalar que todas las pequeñas partes del espacio, por lejanas que sean, están limitadas por partes que las rodean como todas las demás, sin una sola excepción en toda la inmensidad.

La materia de la Naturaleza está hecha en todas las estrellas de los mismos géneros elementales, y (con excepción de las variaciones debidas a las circunstancias) lo que es aún más maravilloso, en todo el universo visible, predominan más o menos las mismas proporciones de los diferentes elementos químicos. (...)

De las especulaciones sobre las homogeneidades de cada Universo, el Meditador pasará naturalmente a la consideración de las homogeneidades y de las conexiones comunes a los dos Universos diferentes, o a los tres.

Encontramos en particular en todos un tipo de ocurrencia, el del crecimiento, que consiste también él en homogeneidades de pequeñas partes. Esto es evidente en el aumento del movimiento en el desplazamiento y el aumento de la fuerza en el movimiento. También en el crecimiento, encontramos que los tres Universos convergen; y un rasgo universal de esta convergencia es el hecho de que las fases anteriores preparan las fases ulteriores.

Esto es un ejemplo de ciertas líneas de reflexión que sugerirán inevitablemente la hipótesis de la Realidad de Dios.

No es que no se pudiera dar cuenta de estos fenómenos, en un sentido, por la acción del azar con la menor dosis concebible de un elemento superior, pues si por Dios se entiende el Ens necessarium, esta hipótesis requiere que debería ocurrir de este modo. Pero el problema es justamente que esta suerte de explicación vuelve tan necesaria una explicación mental como antes. Dígame, fundándose en una autoridad suficiente, que toda cerebración depende de neuronas que obedecen estrictamente a ciertas leyes físicas y, por ende, que todas las expresiones del pensamiento, externas e internas, tienen una explicación fisica, y estoy dispuesto a creerle. Pero si usted dice luego que esto demuestra la falsedad de la teoría que sostiene que mi vecino y yo estamos gobernados por la razón y que somos seres pensantes, debo decir francamente que no tendré una elevada opinión de su inteligencia.


Pero sea como fuere, en el Puro Juego de la Meditación, la idea de la Realidad de Dios aparecerá por cierto tarde o temprano como una idea interesante que el Meditador desarrollará de diversas maneras. Cuanto más reflexione sobre ella, más seducirá todas las facultades de su mente, porque es una idea bella, porque provee un ideal de vida y porque explica de un modo enteramente satisfactorio su triple entorno.

II

En la segunda parte, Peirce subraya el carácter particular de la hipótesis de la Realidad de Dios, particular en cuanto que supone un objeto incomprensible, mientras que por definición no hay hipótesis sin idea de su objeto. La conclusión de Peirce es que esta hipótesis es menos falsa que la contraria.



La hipótesis de Dios es una hipótesis particular en cuanto a que supone un objeto infinitamente incomprensible, mientras que toda hipótesis, en tanto tal, supone que su objeto está verdaderamente concebido en la hipótesis. Lo cual no deja a la hipótesis de Dios más que una forma de entenderse, a saber, como vaga, pero verdadera en la medida en que es definida, y como si tendiera continuamente a definirse cada vez más y sin límite. Dado que esta hipótesis está ella misma sujeta a la ley del crecimiento, parece, por ser vaga, representar a Dios como algo vago, aunque esto quede contradicho en la hipótesis desde su primera fase. Pero esta aparente atribución del crecimiento a Dios, puesto que es inseparable de la hipótesis, no puede ser, según la hipótesis, directamente falsa. Sus consecuencias que conciernen a los Universos serán mantenidas en la hipótesis, mientras que sus consecuencias relativas a Dios serán parcialmente rechazadas y, sin embargo, consideradas menos falsas que su negación. Así, esta hipótesis nos conducirá a pensar que la estructura de cada Universo obedece a un designio; y esto resistirá o se derrumbará con la hipótesis. Pero un designio implica esencialmente crecimiento, y por lo tanto no puede ser atribuido a Dios. Sin embargo, será más fácil hablar de este modo, conforme a la hipótesis, que representar a Dios sin designio.

Seguro como estoy por mi propia experiencia de que todo hombre capaz de controlar su atención de manera de pensar con un poco de exactitud, si examina el argumento de Zenón sobre Aquiles y la tortuga, llegará a pensar como yo que no es sino una artimaña burda y despreciable, no creo que yo esté o deba estar menos seguro, de acuerdo con lo que sé de los efectos de la Meditación sobre mí mismo y sobre otros, de que todo hombre normal que considere los tres Universos a la luz de la hipótesis de la Realidad de Dios, y continúe esta línea de reflexión con absoluta y científica simplicidad de corazón,


llegará a sentirse conmovido en las profundidades de su naturaleza por la belleza de esta idea y por su augusto carácter práctico, al punto mismo de amar y adorar seriamente a su Dios estrictamente hipotético, y al punto de desear por encima de cualquier otra cosa modelar toda la conducta de su vida y todos los móviles de acción a partir de esta hipótesis.


Ahora, estar dispuesto total y deliberadamente a modelar su conducta a partir de una proposición no es ni más ni menos que el estado mental llamado creencia en esa proposición, cualquiera sea el tiempo necesariamente largo requerido para que sea conscientemente considerado bajo esa designación.

III

La tercera parte está dedicada a definir la Meditación (Musement) como operación lógica. No es una Deducción ni una Inducción, sino una Retroducción, a la que Peirce suele designar también como Abducción.


Este es mi pobre esbozo del Argumento Olvidado (Neglected), que abrevié para respetar los límites que me han impuesto. Debería sucederle la discusión de su carácter lógico, pero nada legible en una sesión podría hacer comprender al lector la prueba completa de las principales conclusiones a las que llegué luego del examen. Todo lo que puedo pretender es presentar en el resto del artículo una suerte de índice que permita a algunos adivinar tal vez lo que tengo que decir, o plantear una serie de puntos de referencia plausibles a partir de los cuales el lector tendrá que construir luego por sí solo la línea continua del razonamiento. En mi pensamiento, la prueba está elaborada, y despliego toda mi energía para que sea sometida a la censura pública. El presente resumen se dividirá en tres partes desiguales.

La primera ofrece los encabezamientos de los capítulos de las diferentes etapas de toda buena investigación completa, sin tener en cuenta las infracciones posibles a la norma. Debo mencionar ciertas etapas que nada tienen que ver con el Argumento Olvidado (Neglected) para mostrar que no añaden ni una coma a la verdad que se produce invariablemente, tal como es producida por el Argumento Olvidado.

La segunda parte expondrá brevemente, sin argumentación (porque no hay espacio), en qué consiste exactamente la validez lógica del razonamiento característico de cada una de las principales etapas de la investigación.

La tercera parte indicará el lugar del Argumento Olvidado en una investigación referida a la Realidad de Dios, y mostrará cómo ocuparía este lugar y cuál es su valor lógico, suponiendo que la investigación se limite a esto; y agregaré algunas palabras para mostrar cómo podría completárselo.

Toda investigación, cualquiera sea, halla su origen. en la observación, en uno u otro de los tres Universos, de algún fenómeno sorprendente, alguna experiencia que o bien frustra una expectativa o bien rompe algún hábito de expectativa del inquisiturus; y cada excepción aparente a esta regla no hace más que confirmarla. Hay distinciones evidentes entre los objetos de sorpresa en esos casos diferentes; pero de un extremo al otro de este breve esbozo de la investigación, no se relevarán detalles de este tipo, en particular porque es sobre lo cual disertan los manuales de lógica. La investigación comienza con la reflexión sobre estos fenómenos bajo todos sus aspectos, en la búsqueda de un punto de vista a partir del cual se disipe la sorpresa. Por último se presenta una conjetura que brinda una Explicación posible, por lo cual entiendo un silogismo que muestra que el hecho sorprendente es el consecuente necesario de las condiciones de su ocurrencia, que son, junto con la verdad de esta conjetura creíble, sus premisas. En razón de esta Explicación, el investigador es llevado a mirar su conjetura o hipótesis con ojos favorables.

En mi lenguaje, la considera provisionalmente como "Plausible"; esta aceptación de la conj etura va en diferentes casos -y razonablemente- desde su simple expresión en el modo interrogativo como pregunta que merece atención y respuesta, pasando por todos los grados de Plausibilidad, hasta la tendencia incontrolable a creer. La serie completa de las actuaciones mentales entre la toma de conciencia del fenómeno sorprendente y la aceptación de la hipótesis durante las cuales el entendimiento, por lo común dócil, parece tener el freno entre los dientes y tenernos a su merced, la búsqueda de las condiciones pertinentes y su aprehensión, a veces sin que tengamos conocimiento de ellas, el examen minu cioso al cual las sometemos, el trabajo secreto, la eclosión de la conjetura sorprendente, la comprobación de su perfecta adaptación a la anomalía, como se gira y se vuelve a girar una llave en una cerradura, y la estimación final de su Plausibilidad; todo esto compone, a mi entender, la Primera Etapa de la Investigación.

Llamo Retroducción a su fórmula característica de razonamiento; dicho de otro modo, razonamiento de consecuente a antecedente. Desde cierto punto de vista, esta denominación parece inadecuada, porque en la mayor parte de los casos en que la conjetura hace la ascensión a las cimas de la Plausibilidad -y es realmente lo más digno de confianza- el investigador es incapaz de decir exactamente qué es la cosa sorprendente inexplicada, o no puede hacerlo más que a la luz de esta hipótesis.

En resumen, es una forma de Argumento más que una forma de Argumentación.

La Retroducción no aporta seguridad. La hipótesis debe ser puesta a prueba para ser lógicamente válida; debe comenzar con honestidad, no como la Retroducción que comienza por el análisis de los fenómenos, sino por el examen de la hipótesis, y un conjunto de toda suerte de consecuencias experimentales condicionales que se desprenderían de su verdad. Esto constituye la Segunda Etapa de la Investigación.

Para designar esta forma característica de razonamiento, nuestra lengua utilizó durante siglos, y con felicidad, la palabra Deducción.

La Deducción tiene dos partes. Pues su primera operación debe ser Explicar la hipótesis mediante el análisis, es decir, hacerla lo más perfectamente distinta posible. Este proceso, como la Retroducción, es un Argumento que no es una Argumentación. Pero, a la inversa de la Retroducción, no puede fallar por falta de experiencia, sino que, en la medida en que se desarrolle correctamente, debe llegar a una conclusión verdadera.

A la Explicación le sigue la Demostración o Argumentación Deductiva. No hay mejor modo de aprender cómo proceder aquí que estudiando el libro I de los Elementos de Euclides, obra maestra muy superior en intuición real a los Analíticos de Aristóteles; sus numerosos errores hacen de él un libro tanto más instructivo para un estudiante atento.

Requiere invariablemente algo que tiene la naturaleza de un diagrama, es decir, un "Icono" o Signo que representa su Objeto asemejándosele.

Por lo general, necesita también de "Indices" o Signos que representan sus Objetos (Objects) por estar ligados a ellos actualmente. Pero se compone principalmente de Símbolos o Signos que representan sus Objetos esencialmente porque serán interpretados de esa manera. La Demostración debería ser Corolarial cuando pueda serlo.

Una definición exacta de la Demostración Corolarial requeriría una extensa explicación, pero bastará con decir que se limita a las consideraciones ya presentadas o implicadas en la Explicación de su conclusión, en tanto que la Demostración Teoremática corresponde a un proceso de pensamiento mucho más complicado.

Una vez que se ha alcanzado de manera satisfactoria el objetivo de la Deducción, que es recoger los consecuentes de la hipótesis, la investigación entra en su Tercera Etapa, que consiste en asegurarse el modo en que esos consecuentes concuerdan con la Experiencia, y juzgar luego si la hipótesis es sensiblemente correcta o bien requiere alguna modificación esencial o bien debe ser rechazada en su totalidad. Su manera característica de razonar es la Inducción. Esta etapa tiene tres partes.

Debe comenzar con la Clasificación, que es una suerte de Razonamiento Inductivo No argumentacional, que liga las Ideas generales a los objetos de la Experiencia, o más bien que subordina éstos a aquéllos.

Luego vendrán las argumentaciones de puesta a prueba, las Probaciones, y toda la investigación culminará con

la parte Sentencial de la Tercera Etapa, que, mediante razonamientos inductivos, evalúa las diferentes Probaciones una por una, luego sus combinaciones, luego es necesaria una autoevaluación de estas mismas evaluaciones y formular un juicio final sobre el resultado total.

Las Probaciones o Argumentaciones Inductivas directas son de dos tipos. El primero es lo que Bacon describió incorrectamente como inductio illa quae procedit per enumerationem simplicem. Al menos es así como se lo ha entendido. Pues una enumeración de casos no es esencial al argumento de que, por ejemplo, no hay seres que sean hadas ni acontecimientos que sean milagros. El hecho es que no hay un caso bien establecido de cosas de este tipo. Llamo a esto la Inducción Grosera.

Unicamente la inducción concluye una Proposición lógicamente UniversaL Es el más débil de los argumentos, pues es susceptible de ser destruido en un instante, como ocurrió a fines del siglo XVIII con la opinión del mundo científico de que no hay piedras que caigan del cielo. El otro tipo es la Inducción Gradual, que hace una nueva estimación de la proporción de verdad en la hipótesis en cada nuevo caso; y dado cualquier grado de error, habrá alguna vez una estimación (o la habría si la probación fuera continuada) que será absolutamente la última en ser mancillada con tanta falsedad. La Inducción Gradual es o bien Cualitativa o bien Cuantitativa, y esta última depende ya sea de mediciones, ya de estadísticas, ya de enumeraciones.


IV.

En la cuarta parte, se examina la cuestión de la validez respectiva de la Deducción, la Inducción y la Retroducción.

En lo que respecta a la cuestión de la naturaleza de la validez lógica que poseen la Deducción, la Inducción y la Retroducción, que es siempre objeto de controversia, me limitaré a enunciar las opiniones que estoy dispuesto a defender aportando pruebas positivas.

La validez de la Deducción fue analizada por Kant de manera correcta y clara. Este tipo de razonamiento trata exclusivamente Ideas Puras que se vinculan en primer lugar con los Símbolos y por derivación con otros Signos de nuestra propia creación; y el hecho de que el hombre tenga el poder de Explicar la significación que les da vuelve válida la Deducción. La Inducción es un tipo de razonamiento que puede inducirnos a error; pero si sigue un método que, continuado durante un tiempo suficiente, hace descender el error por debajo de algún grado, esto es Inductivamente cierto (con ese tipo de certeza que tenemos de que una moneda perfecta lanzada al aire un número bastante grande de veces terminará algún día por caer de cara) y está asegurado por el poder que tiene el hombre de percibir la Certeza Inductiva. En todo esto invito al lector a mirar por el gran extremo del telescopio; hay una riqueza de detalles pertinentes sobre los cuales no nos vamos a detener aquí.

Viene finalmente la pregunta fundamental de la Crítica lógica: ¿qué tipo de validez puede atribuirse a la Primera Etapa de la investigación? Nótese que ni la Deducción ni la Inducción aportan el menor elemento positivo a la conclusión final de la investigación. Estas vuelven definido lo indefinido; la Deducción Explica; la Inducción Evalúa: eso es todo. Por encima del abismo que se abre entre la meta última de la ciencia y estas ideas del entorno del Hombre, adquiridas en el curso de sus peregrinaciones primitivas en el bosque, mientras su noción de error era aún de las más vagas, ideas que logró comunicar a algún compañero, tendemos un puente de inducción sostenido por los puntales y las ataduras de la ciencia. Sin embargo, todos los tablones que servirán para construirlo fueron colocados primero por la sola Retroducción, es decir, por las conjeturas espontáneas de la razón instintiva; y ni la deducción ni la Inducción aportan un solo concepto nuevo a esa estructura. Esto no es menos verdadero ni menos importante para aquellas investigaciones que el interés inspira.

La primera respuesta que damos naturalmente a esta pregunta es que no podemos negarnos a aceptarla conjetura por lo que vale para nosotros, ya sea como una simple interrogación, ya sea como más o menos Plausible, ya sea ocasionalmente como una creencia irresistible. Pero lejos de constituir por sí misma una justificación lógica que haría de ella un ser racional, la conclusión de que no podemos dejar de seguir esta sugerencia, no es otra cosa que la admisión de que no hemos logrado controlar nuestros pensamientos. Sin embargo, conviene más bien destacar que la fuerza del impulso es un síntoma de su carácter instintivo. Los animales de cualquier especie se crían muy por debajo del nivel general de su inteligencia en esas actuaciones que son su propia función, tales como volar y construir nidos como ocurre con las aves comunes; ¿y cuál es la función propia del hombre si no es encarnar ideas generales en creaciones artísticas, en cosas útiles y, por encima de todo, en el conocimiento teórico? Negarle a su propia conciencia adivinar las razones de los fenómenos sería tan tonto para el hombre como sería para un pichón negarse a confiar en sus alas y abandonar el nido, porque la pobre criatura ha leído a Babinet y creído, basándose en la hidrodinámica, que la aerostación es imposible. Sí, hay que admitir que si supiéramos que el. impulso que nos conduce a preferir una hipótesis a otra es realmente análogo a los instintos de las aves y las avispas, sería tonto no darle libre curso en los límites de la razón; y muy particularmente porque debemos o bien sostener alguna hipótesis o bien renunciar a todo conocimiento más allá del que ya hemos adquirido por ese mismo medio.

Pero ¿es un hecho que el hombre posee esa facultad mágica? Diría que no, si esto quiere decir adivinar la primera vez, y no ya en la segunda, pero es una verdad histórica que una mente bien entrenada ha adivinado en forma maravillosamente rápida cada uno de los secretos de la naturaleza. Todas las teorías de la ciencia fueron producidas de este modo. Pero ¿no habrían podido aparecer fortuitamente o por alguna modificación accidental como el Darwinista lo supone? Yo respondo que tres o cuatro métodos de cálculo independientes muestran que sería ridículo suponer que nuestra ciencia nació de esta manera.

No obstante, supongamos que pueda "explicarse" así, como los partidarios de la necesidad materialista suponen que es producido cada uno de nuestros actos intencionales. ¿Y entonces? ¿Esta explicación materialista, suponiendo que se la acepte, muestra que la razón no tiene nada que ver con mis acciones? Incluso los paralelistas admitirán que esta explicación no suprime la necesidad que se tenía de la otra explicación antes que ésta fuera dada; y esto es ciertamente lógica pura.

Hay una razón, una interpretación, una lógica, en el curso que sigue el progreso científico, y esto prueba indiscutiblemente a los ojos de aquel que tiene percepciones de relaciones racionales o significativas, que la mente del hombre debe haber sido puesta en el diapasón de la verdad de las cosas para descubrir lo que descubrió. Es el fundamento mismo de la verdad lógica.

La ciencia moderna fue construida siguiendo el modelo de Galileo, quien la hizo basarse en il lume naturale. Este profeta verdaderamente inspirado había dicho que, entre dos hipótesis, había que preferir la más simple; pero antaño fui uno de los que, imaginándonos más astutos que él en nuestra estúpida vanidad, desnaturalizamos la máxima haciéndole decir que la hipótesis que había que preferir era la lógicamente más simple, la que menos añade a lo que fue observado, a pesar de las tres objeciones evidentes:

en primer lugar, que así ninguna hipótesis se basaba en cualquier cosa que fuera;

en segundo lugar, que por consiguiente deberíamos contentarnos con formular simplemente las observaciones particulares realmente hechas; y

en tercer lugar, que todo progreso de la ciencia que nos acerca a la verdad revela un mundo de complicaciones inesperadas.

Sólo cuando una larga experiencia me obligó a darme cuenta de que cada nuevo descubrimiento probaba que me había equivocado, mientras que aquellos que habían comprendido la máxima como la entendía Galileo habían develado el secreto, entonces se me cayó la venda de los ojos y mi mente se despertó a la resplandeciente luz del día que es la Hipótesis más simple en el sentido de la más fácil y natural, la que sugiere el instinto, la que hay que preferir, por la razón de que si el hombre no tiene una inclinación natural en armonía con la de la naturaleza, no tiene la menor oportunidad de comprender la naturaleza.

Numerosas pruebas de ese hecho primero y positivo, que se refiere tanto a mis propios estudios como a las investigaciones ajenas, me han confirmado en esta opinión; y cuando llegue a exponerlas en un libro, su despliegue convencerá a todos.

íOh, no!

Olvidaba esa coraza impenetrable para el pensamiento exacto de la que está revestido el ejército de las mentes.

Por ejemplo, pueden tener la idea de que mi propuesta implica la negación del rigor de las leyes de la asociación: esto iría muy bien con muchas ideas que hoy son corrientes. No quiero decir que la simplicidad lógica sea una consideración que no tiene valor en absoluto, sino solamente que su valor es muy secundario comparado con la simplicidad tomada en el otro sentido.

Si en cambio esta máxima es correcta en el sentido de Galileo, de donde se sigue que el hombre posee en cierto grado un poder adivinatorio, primero o derivado, como el de una avispa o un ave, entonces se presentan masivamente casos que demuestran que cierta confianza particular en una hipótesis, que no debe confundirse con una certeza dogmática y desconsiderada, tiene un valor muy apreciable como signo de la verdad de esta hipótesis.

Lamento no poder describir aquí ciertos casos interesantes y casi convincentes. El A. 0. provoca esta confianza particular en el grado más alto.

V

En la quinta parte, Peirce examina primero el valor de un argumento y describe los tres tipos de hombre susceptibles de ser sensibles a él. Luego, a propósito del tercer tipo, en el cual se ubica, Peirce califica su posición de pragmaticista y aprovecha la ocasión para decir cómo concibió el pragmatismo, hace cien años, en qué se convirtió en manos de William James y de Giovanni Papini, entre otros, y qué lo obligó a forjar otro término para designar su propio sistema: "Pragmaticismo", nombre suficientemente bárbaro para que esta vez no corra el riesgo de que le sea robado.


Debemos aplicar ahora estos principios a la evaluación del Argumento 0lvidado. Si tuviera lugar, mostraría cómo sería probablemente apreciado por tres tipos de hombres:

el primero, poco instruido y por ello mismo más abierto a la naturaleza, familiarizado con el Argumento 0lvidado, pero para quien la lógica es incomprensible;
el segundo, atiborrado de nociones corrientes de lógica, pero de una información prodigiosa con respecto al Argumento 0lvidado;
el tercero, un hombre de ciencia experimentado que, según la mentalidad moderna, añadió a su especialidad un estudio exacto, teórico y práctico, del razonamiento y los elementos del pensamiento, de modo tal que los psicólogos lo toman por una suerte de psicólogo y los matemáticos por una suerte de matemático.
Mostraré entonces cómo el primero habría aprendido que nada tiene valor en sí --estético, moral o científico-, sino solamente en su lugar en el sistema de producción al que pertenece, y que un alma individual con sus mezquinas turbulencias y calamidades es un cero, admitiendo la posibilidad de que ocupe su lugar infinitesimal y acepte su pequeña futilidad como todo su tesoro. Verá que aunque su Dios no adapte realmente (en un sentido determinado) los medios a los fines, es sin embargo totalmente verdadero que hay relaciones entre los fenómenos que la inteligencia finita debe interpretar, e interpretar verdaderamente como adaptaciones de este tipo; y se alegrará de sus penas más amargas y bendecirá a Dios por la ley del crecimiento con todos los combates que le impone: el Mal, es decir lo que es deber del hombre combatir, es una de las más grandes perfecciones del Universo. En ese combate, intentará cumplir sólo con el deber que se le ha impuesto, y no más. Aun cuando sus luchas desesperadas deban desembocar en los horrores de la derrota y deba ver a los inocentes más queridos expuestos a los tormentos, el frenesí y la desesperación, destinados a ser mancillados por la corrupción y disminuidos en su inteligencia, puede confiar sin embargo en que es lo mejor para ellos, y se dirá que de todas formas los secretos designios de Dios se cumplirán gracias a ellos; e incluso aún ardiente por el fuego de la batalla, se someterá con adoración a su Santa Voluntad. No se atormentará porque los Universos no hayan sido construidos según los planos de algún tonto viejo gruñón.

Debo dejar que el lector imagine el contexto de todo este asunto. Solamente agregaré que el tercer hombre que considera el proceso complejo del autocontrol verá que esta hipótesis, por irresistible que parezca ser a primera vista, requiere sin embargo ser sometida a la Probación; y aunque un ser infinito no esté ligado por ningún tipo de coherencia, el hombre, sin embargo, como todo animal, está dotado de un poder de comprensión suficiente para orientar su vida. Lo cual, para poner a prueba esta hipótesis, lo lleva a apoyarse en el Pragmaticismo, que implica la fe en el sentido común y en el instinto, aunque sólo en la medida en que estos salgan del crisol de la crítica mesurada. En resumen, dirá que el Argumento Olvidado es la primera Etapa de la Investigación científica, que conduce a una hipótesis de la mayor Plausibilidad, cuya prueba ulterior debe residir en el valor que tiene para promover el crecimiento autocontrolado de la orientación de la vida del hombre.

Dado que empleé la palabra Pragmaticismo, y como tendré una vez más la ocasión de emplearla, tal vez sería bueno que la explique. Hace alrededor de cuarenta años, mis estudios sobre Berkeley, Kant y algunos otros - después de haberme convencido de que todo pensamiento se hace mediante Signos y que la meditación adopta la forma de un diálogo, de modo que conviene hablar de la "significación" de un concepto- me condujeron a la conclusión de que para adquirir el dominio completo de esta significación es necesario, en primer lugar, aprender a reconocer este concepto bajo toda suerte de disfraces, familiarizándose lo más posible con el mayor número de casos de ese concepto. Pero esto, después de todo, no implica que se lo comprenda verdaderamente; de modo que es necesario, además, que hagamos de él un análisis tan completo como sea posible. Pero incluso así es aún posible que no tengamos una comprensión viva; y el único modo de completar nuestro conocimiento de su naturaleza es descubrir y reconocer cuáles son exactamente los hábitos generales de conducta que una creencia en la verdad del concepto (de cualquier tema y en cualquier circunstancia concebibles) desarrollaría razonablemente; es decir, qué hábitos resultarían en última instancia de una consideración suficiente de esta verdad. En este caso es necesario comprender la palabra "conducta" en su sentido más lato. Si, por ejemplo, la predicación de un concepto dado debiera conducirnos a admitir que una forma dada de razonamiento referida al tema del que es afirmado fuera válida, cuando de otro modo no sería válida, el reconocimiento de este efecto en nuestro argumento sería sin ninguna discusión un hábito de conducta.

En 1871, en un Club Metafisico en Cambridge (Massachusetts), yo predicaba este principio como una suerte de evangelio lógico, que no hacía más que expresar el método no formulado que siguió Berkeley, y en el curso de conversaciones en torno a este tema yo lo llamaba "Pragmatismo". En diciembre de 1877 y enero de 1878, exponía esta doctrina en el Popular Science Monthly; las dos partes de mi ensayo aparecieron en francés en la Revue philosophique, volúmenes VI y VII. Desde luego, esta doctrina no llamó particularmente la atención pues, como lo había señalado desde la primera frase, hay poca gente que se interese en la lógica. Pero en 1897, el profesor James hizo algunas modificaciones y la transformó en una doctrina filosófica, algunas de cuyas partes aprobé calurosamente y otras consideré y considero aún más sorprendentes por ser opuestas a la sana lógica. Cuando el profesor Papini descubrió, para regocijo de la escuela Pragmatista, que esta doctrina no era susceptible de definición, lo que parecería por cierto distinguirla de todas las demás doctrinas en cualquier rama de la ciencia, llegué a la conclusión de que mi pobre máxima debería recibir otro nombre; en consecuencia, en abril de 1905, la bauticé Pragmaticismo. No le había hecho antes el honor de un nombre particular en mis escritos, salvo que, por pedido del profesor Baldwin, le había dado una definición para su Dictionary of Psychology and Philosophy. No hice figurar la palabra en el Century Dictionary, aunque estuviera encargado de las definiciones filosóficas de esa obra, porque tengo una repulsión tal vez exagerada por la publicidad.


Este curso de meditación sobre los tres Universos es lo que da origen a esta hipótesis y, en última instancia, a esta creencia de que tienen o, en todo caso, que dos de ellos tienen un Creador que no depende de ellos, que he llamado a lo largo del presente artículo el Argumento 0lvidado, porque pienso que los teólogos habrían debido ver en él una línea de pensamiento razonablemente susceptible de producir la creencia.

Es el "humilde" argumento, el más elemental de todos. Para el modo de pensar de un metafísico, tendrá un dejo metafísico, pero me parece que eso le quita su fuerza más que agregarle algo. Es un argumento igualmente bueno, cuando no mejor, bajo la forma que adquiere en la mente de un campesino.

Los teólogos no hubieran podido descubrir el Argumento 0lvidado porque es un curso de pensamiento vivo de formas muy diversas.

Pero hubieran podido y debido describirlo y hubieran debido defenderlo en la medida de sus posibilidades, sin comprometerse en investigaciones lógicas originales que con toda razón no podían esperarse de ellos. Están habituados a hacer uso del principio de que se debe suponer que lo que convence a un hombre normal es un argumento correcto, y por consiguiente, tendrían que decir todo lo que puede ser verdaderamente avanzado para mostrar que el Argumento Olvidado, si está insuficientemente desarrollado, convencerá a cualquier hombre normal. Lamentablemente, ocurre que hay muy pocos hechos establecidos para mostrar que éste es el caso. No he pretendido tener otra base para mi creencia que la suposición, que cada uno de nosotros hace, de que mi propia disposición intelectual es normal.

Me veo forzado a admitir que ningún pesimista coincidirá conmigo. No admito que los pesimistas sean, al mismo tiempo, totalmente sanos de espíritu y, además, estén normalmente dotados de vigor intelectual, y tengo dos razones para pensarlo.

La primera es que la diferencia entre un espíritu pesimista y un espíritu optimista es tan determinante considerando todas las funciones intelectuales y en particular en cuanto a la orientación de la vida, que está fuera de cuestión admitir que ambos son normales y la gran mayoría de la humanidad es naturalmente optimista. Ahora bien, la mayoría de las personas de una raza difiere apenas de la norma de esa raza.
Para presentar mi otra razón, ella resulta de distinguir tres tipos de pesimistas.

El primer tipo suele encontrarse entre las naturalezas exquisitas y nobles que tienen una gran fuerza de originalidad intelectual y cuya vida es una horrible historia de tormentos debidos a alguna enfermedad física. Leopardi es un ejemplo famoso. No nos queda más que creer, a pesar de sus sinceras protestas, que si estos hombres hubieran tenido una salud ordinaria, la vida habría tenido para ellos el mismo color que para nosotros. Sin embargo, encontramos muy pocos pesimistas de este tipo como para que esto afecte la cuestión presente.

El segundo es el tipo misántropo, el que se hace oír. Basta con recordar la conducta de los pesimistas famosos de este género: Diógenes el Cínico, Schopenhauer, Carlyle y sus semejantes con el Timón de Atenas de Shakespeare, para reconocer que son mentes enfermas.

El tercero es el tipo filantrópico, personas cuyas vivas simpatías, fáciles de despertar, se transforman en cólera ante lo que consideran como las injusticias estúpidas de la vida. Interesados con facilidad en todo, sin estar sobrecargados de pensamiento exacto de ningún tipo, son excelentes materias primas para hacer de ellos literatos: una prueba, Voltaire. No es posible encontrar entre ellos ningún individuo que se acerque siquiera de lejos al calibre de un Leibniz.

El tercer argumento, que incluye y defiende los otros dos, consiste en el desarrollo de los principios de lógica según los cuales el humilde argumento es la primera etapa de una investigación científica acerca del origen de los tres Universos, pero de una investigación que no produce simplemente la creencia científica, que es siempre provisional, sino también una creencia viva, práctica, lógicamente justificada por el cruce del Rubicón con todo el cargamento de la eternidad. La presentación de este argumento requeriría el establecimiento de varios principios de lógica con los cuales los lógicos casi nunca soñaron, en particular una prueba estricta de la exactitud de la máxima del Pragmaticismo.

Mi ensayo original, que fue escrito para una revista mensual popular, admite, por no disponer de ninguna otra razón mejor, que la investigación no puede comenzar mientras no se haya presentado un estado de duda real, y cesa tan pronto como se haya alcanzado la creencia, que "la fijación de una creencia" o, en otros términos, un estado de satisfacción es todo aquello en lo cual consiste la verdad o la meta de la investigación. La razón que he dado de ello era tan débil, en tanto que la inferencia estaba tan próxima de la sustancia del Pragmaticismo, que debo confesar que se podría decir con cierta justicia que el argumento de ese ensayo era una petición de principios. La primera parte de ese ensayo, sin embargo, está dedicada a mostrar que, si la verdad consiste en la satisfacción, no puede tratarse de una satisfacción actual, sino que debe ser una satisfacción que, en última instancia, se alcanzaría si la investigación fuera conducida a su conclusión última e irrevocable. Lo cual es, me permito insistir, una proposición muy diferente de la de Schiller y los pragmatistas de hoy. Espero que me crean cuando digo que es únicamente el deseo de evitar ser mal comprendido, dadas mis relaciones con el pragmatismo, y de ningún modo una pretensión cualquiera a una inmunidad superior contra el error, de la que tengo demasiado buenas razones para saber que no gozo, lo que me conduce a expresar mis sentimientos personales respecto de sus opiniones. Me parece que su posición, que ellos admiten no poder definir, se caracteriza por un odio irracional por la lógica estricta, e incluso por una disposición a tildar de farsa todo pensamiento exacto que se oponga a sus doctrinas. Me parece claro al mismo tiempo que su aceptación aproximativa del principio Pragmaticista, tanto como su rechazo mismo de distinciones difíciles (aunque no puedo aprobarlo) los ha ayudado a captar con bastante claridad algunas verdades fundamentales que otros filósofos no han visto más que a través de una bruma y la mayoría no vieron en absoluto. Entre estas verdades -todas antiguas, es cierto, pero reconocidas por pocas personas- encuentro su negación del necesitarismo, su rechazo de toda "conciencia" diferente de una sensación externa visceral o de otro tipo, su reconocimiento de la existencia, en un sentido Pragmatístico, de hábitos Reales (que producirían Realmente efectos, en circunstancias que bien pueden no presentarse, y que son, pues, generales Reales), y la importancia que asignan a la interpretación de todas las abstracciones hipostáticas en términos de realización condicional o posible (no actualmente futura) Es una pena, me parece, que permitan a una filosofía tan llena de vida dejarse contaminar por los gérmenes de muerte que vehiculizan nociones como las

del carácter irreal de todas las ideas de infinito,

del carácter variable de la verdad y
de las confusiones de pensamiento como la de mezclar el querer activo (querer controlar el pensamiento, dudar y pesar las razones) con el querer no ejercer esta voluntad (querer creer)."

Fuente: http://club.telepolis.com/ohcop/maximo4.html
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