Guionista de Luís Buñuel, compañero de camino del director inglés Peter Brook, adaptador de grandes obras literarias para el cine o la televisión, director de la FEMIS (Fundación Europea de Profesiones de la Imagen y del Sonido), y sobre todo hombre de una singular curiosidad, nadie mejor que Jean-Claude Carrière para sobrevolar el pasado, el presente y el futuro de estos cien años de imágenes en movimiento.
Label France: Cien años de cine... ¿Qué es lo primero que resaltaría? Jean-Claude Carrière:La extraordinaria evidencia de que por primera vez concluye un siglo que ha podido recoger y conservar las imágenes y más tarde los sonidos de su tiempo. ¡Es una revolución formidable! ¿Se imagina todo lo que sabríamos del pasado si tuviésemos el mismo patrimonio de dos o trescientos años?
¿Ha cumplido esta revolución todas sus promesas?
Fue tan fuerte el choque emocional que provocó el cine al salirse de su marco inicial de mera diversión, a partir de los años 20 y de la mano de Abel Gance en Francia, Fritz Lang en Alemania o Eisenstein en Rusia, que tal vez se esperó demasiado de él. A decir de los surrealistas, este arte nuevo sustituiría a todos los demás, empezando por el teatro. Sin embargo, el cine no ha dañado más al teatro de lo que el disco al concierto o la edición de arte a las salas de exposiciones. Técnicamente, el cine, incluso en Omnimax*, tiene los límites que le son propios, los de una reproducción mecánica sin presencia real. Pero aunque no se convirtiera en el arte "total", el cine siguió siendo, al menos en Europa, un arte entre los demás que ha sabido abrirse camino y ocupar entre ellos un lugar eminente.
¿Por qué precisa usted "en Europa"?
No se trata en absoluto de negar la capacidad del cine americano para producir obras de gran valor, sino que en Estados Unidos el concepto es diferente. Fuimos nosotros quienes tuvimos la idea de calificar tal o cual película hollywoodiense de obra maestra artística, ¡no los americanos! Para ellos, la película es ante todo un producto comercial como otro cualquiera cuyo verdadero autor no es el director o el guionista, sino el productor. Por otra parte, esta tradición anglosajona del "copyright" que considera que el propietario de una obra es su editor y no su creador, tiene un siglo más que nuestro concepto francés del derecho de autor que le reconoce a este último, además de su derecho patrimonial perfectamente transferible, un derecho moral intransmisible sobre su obra.
Fue nuestro punto de vista, que nació en el siglo XVIII con Beaumarchais y defendido por Victor Hugo, quien termió por prevalecer con la Convención internacional de Berna hace cien años. Pero Estados Unidos, por ejemplo, nunca ratificó el principio de "derecho moral".
Hay pues en la actualidad dos formas de hacer películas, una americana y otra europea...
Sí, dos "modelos". Uno estrictamente mercantil, el americano, que permite por ejemplo que se produzcan tantas "remakes" en Hollywood, pues según la lógica comercial de usar y tirar con peligro de hacer siempre lo mismo. El otro europeo, incluso francés, es el de un cine más receptivo con los autores, lo que explica que un Orson Welles terminara haciendo sus películas en Francia y en España. Legalmente, numerosas películas extranjeras -desde Ran del japonés Kurosawa a Yeelen del malí Souleymane Cissé- son películas "francesas". En realidad, podríamos preguntarnos si obras como éstas podrían aparecer si no existiese este modelo... Por otra parte, ha sido una suerte haber podido mantener en Francia un buen nivel de producción, aunque la pervivencia de este modelo se vea amenazada por los imperativos económicos.
No se lucha en igualdad de condiciones... ¿Qué hay de las reglas de competencia "aceptables" entre los dos modelos?
En Estados Unidos el mercado interior está superprotegido de mil maneras, mientras que en Francia, como en el resto de Europa, no existe ningún obstáculo o requisito para que entren las películas americanas. Así pues no hay lucha económica en las salas de cine, al menos de nuestro lado. Al hablar de "excepción cultural" en el GATT, no sólo se refiere a la televisión. El principio de las "cuotas" es ciertamente muy poco satisfactorio. Pero desde el momento en que comenzaron a multiplicarse las cadenas privadas -cuya lógica es difundir series compradas muy baratas a Estados Unidos antes que producir ellas mismas, que resulta inevitablemente muy caro- el conflicto no podía sino agudizarse. Italia que no vio llegar al "caballo de Troya" ha sacrificado, al menos provisionalmente, su creación cinematográfica. Alemania también se ha resentido de las malas relaciones entre su cine y su televisión y de una política malthusiana que consistía en decir, como Dinamarca: reservemos nuestra producción a algunas películas de gran calidad. Gracias a su tradición histórica, Francia ha sabido al menos proteger un amplio abanico de producciones. Por ser capaces de hacer a la vez Cyrano de Bergerac de Jean-Paul Rappeneau, Los Visitantes de Jean-Marie Poiré y La Bella mentirosa de Jacques Rivette hemos logrado resistir y a veces incluso imponernos. Pero pienso en los países que no tienen medios para ello -Grecia, Portugal, por no citar más que a los más cercanos- que van a perder esta posibilidad de contar sus propias historias y que están ya invadidos a más del 90% por las imágenes (americanas) de una vivencia que no es la suya.
En realidad, el verdadero problema es cultural.
Pero más grave de lo que imaginamos. Pues la imagen no es tan superficial como parece. Ya que transmite todo un mundo que va desde el objeto de consumo hasta el pensamiento. Yo creo que un pueblo que en el siglo XXI no pueda reconocerse en las ficciones que se le proponen corre el peligro de desaparecer. En cuanto a los productores americanos de esas imágenes que estiman "universales" y que desearían fueran hegemónicas, también podrían hacérselo pagar culturalmente a su país. A pesar de que ello les empobrezca, los americanos ya no ven más que sus películas, ...¿Qué diríamos nosotros si se nos obligara a ver sólo películas francesas?
Declaraciones recogidas por Philippe Nourry * Pantalla hemisférica donde el espectador tiene la impresión de estar dentro de la imagen.
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