Torop entevista a Lotman. Parte II.
Peeter Torop.
La verdad es que ha sido un poco inesperado escuchar de usted todo esto. Pero, entonces, surge el siguiente problema: ¿Siente usted, al hablar de la 'Escuela de Tartu', que hablamos más bien de un colectivo científico invisible? Es decir, estas personas no siempre trabajan juntas, en sentido literal, en un mismo espacio. Ellos trabajan en Moscú, en San Petersburgo, en Tartu, en diferentes lugares, ahora ya incluso en el extranjero. Pero, ¿ve usted acaso, dentro de la 'Escuela', a esos nuevos que van marchando quizás no como una individualidad, no como una sola persona, sino como una especie de comunidad científica?
Iuri Lotman.
¿Sabe? Yo soy una persona un poco tonta. Sí, se lo digo con toda sinceridad, se lo digo en serio. Uno de los aspectos de mi torpeza es el optimismo inagotable. Pienso que esto es, en primer lugar, bastante útil para la salud; y, en segundo lugar, es bueno para el trabajo. De esta forma, aunque sea como hipótesis de trabajo, yo admito precisamente el optimismo. Por eso creo que lo que llamábamos 'Escuela de Tartu' se encuentra en un estado bastante complejo. En parte, ese concepto que denominábamos 'Escuela de Tartu' se ha ensanchado desde el punto de vista geográfico, y la palabra 'de Tartu' se ha convertido prácticamente en una metáfora o en una especie de recuerdo añorado, querido, en un recuerdo del pasado. Pero pienso que aquí podemos recordar ese dicho popular ruso de que «Hoy no tengo dinero, pero mañana Dios proveerá», y decir: «Hoy no tengo ideas, pero mañana Dios proveerá». La ciencia se ha frenado. Puede ser que ya esté gravemente enferma, puede ser que ya haya muerto o puede ser que esté sufriendo los dolores del parto. ¿Me comprende usted? No podemos saber quién nacerá y quién crecerá. En realidad, a nosotros ni siquiera nos hace falta saberlo. Sólo nos hace falta recordar... ¿Sabe? A mí todo me gusta decirlo con comparaciones: imagínese que usted va (de nuevo aparecen estos recuerdos personales míos) por un lugar determinado, por el campo, o por el bosque, muy entrada la noche, está totalmente oscuro, y no sabe muy bien hacia dónde ir. Pero antes de entrar en este espacio, usted estuvo en unas altas colinas y desde ellas le enseñaron la dirección. Ahora no ve ya esa dirección, incluso no tiene brújula. Solamente le queda una cosa: tiene que confiar en su memoria, tiene que confiar en usted mismo, en el hecho de que vas andando correctamente. Esto puede ser un error, pero no hay que cambiar ni que inquietarse, hay que ir por el camino elegido. Cuando dicen que la Semiótica ha envejecido o que algo más ha envejecido, o que la orientación hacia los métodos matemáticos ha envejecido... Yo considero que eso no es nada serio. No conocemos el siguiente descubrimiento. El siguiente descubrimiento es impredecible en un principio. Y cuando tenga lugar, esta llamarada iluminará lo que allí había y nos parecerá entonces tan predecible que tan sólo nuestra ceguera impedía verlo. Pero en realidad es algo impredecible. A nosotros solamente se nos manifestará bajo la luz de esta llamarada, porque entonces nos parecerá que todo va en la misma dirección, y aquello que no va en esa dirección simplemente no existe. Después, este destello va debilitándose y resulta que todo aquello que definíamos como inexistente será el fundamento de un futuro destello.
Marchamos como la persona que va por el bosque y enciende una cerilla: se ilumina y esa persona ve algo; después va debilitándose y se apagará, y sigue andando en la oscuridad; después vuelve a encender una cerilla, y así, diferentes y a veces incluso dolorosas llamaradas en la ciencia, llamaradas en la propia vida personal, llamaradas en el arte, llamaradas en la historia de la humanidad, van componiendo esos puntos que después introducimos y colocamos en el proceso histórico. En realidad, cuando describimos esto como un proceso histórico nos convertimos en sus coautores.
Fuente: véase Parte I (infra)
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